jueves, 26 de febrero de 2009

Se larga



Consigna 1

Esa fijación glotona hiere insoportable, jodidamente. Kilos localizados, notoriamente ñoña, obesa. Parece que resolvió soportarlos tranquila usando vino-whisky-xanax. Y zafó así, borracha consolada, drogándose el fofo grosor. Hoy idea juguitos kamikaze, los mercadea Nestlé

Penélope


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Eran fuertes.
Gozaban haciendo imponer justiciera katana.
Luchaban montando nueve ñúes (¿ñús?). O panteras que refulgían sus toscas uñas.
Veneraban wincos, xilofones y zapatillas Adidas.
Blandían con desdén el feroz género humano. Incluso, juntaban kinotos libres mas nunca ñoquis oprimidos.
Podían quebrar raquetas sólo tocándolas.
Últimamente, vendían wafles x yahoo.
zafaron al boleo con dos encuentros felices.
Gestaron hijos ilustres jodiendo kioskeras ligeras.
Mostraron niños ñoños orando por queso roquefort.
Sólo tuvieron un vecino: Wally

Yael

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Estoy fumando, gratamente hospedado. Irrumpe joven kinesióloga. Luce
molesta. Nariz ñata, ojos pequeños. Quiere rasurarme sigilosamente.
Tijeretearme. Ufanarse, vengativa. ¡Walkiria xenófoba y zarpada! Apago,
busco cenicero. Desaparezco.

Octavio

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Estamos fornicando. Gemimos hasta imaginar juegos Kamasutra.
Lo llamé "ñoqui orgulloso" para que reaccione su tripa única, viril.
- What? Xlarge!.
Y zarandeándome amenazó:
- Bueno, cariño... este falo gigante hará implosiones."Jugador
Kingsize" lo llamarás...
- Ñato, ok. Pero que rasgue, se trepe urgente, vomite.
- Waw, xilógrafa y zorra!
- Así bravísimamente caliente estoy!

Morgana

Consigna 2

Al citado nosocomio para plásticos
arribó Pinocho moribundo
un bandido asustapájaros malvado
lo agarró soñando y lo atacó.

Su facha no arrojaba duda alguna:
arrancaba con la nariz astillada
pasaba por la pata rota y dislocada
y una lastimadura interna y aguda:
su historia clínica lucía cual pantanal.

(CHORUS)

A un cirujano caduco llamaron con apuro
y con su anciana sabiduría
todo lo acomodó
mas avisó a los otros
plásticos hospitalizados
todo lo hago al puro gas
ya su corazón no da para más.

Pinocho yacía comatoso
todos lloraban por su alma vagabunda
ningún doctor sabía cómo localizar
algún bondadoso donador.

Al final arribó su haga madrina
y como Pinocho todavá no la contaba
aportó un corazón artificial
--un motor a cuatro válvulas a gasoil--
y Pinocho a carcajadas arrancó.

A un cirujano caduco .... (bis CHORUS)

Yael

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Nada disipa la calma. Pasillos, marcos y damas blancas. Aroma a alcanfor y pastillas salvavidas para cada garganta mansa. Junto a la sala, algunos fanáticos hipocondríacos pactan citas a futuro dibujando síntomas fantásticos. Uno guarda algo para sí, ha robado su historia clínica y busca cambiarla por otra sin mácula, garantizando asi la gran jugada: contagiar a alguna dama sin corazón su capricho amoroso hasta marcarla como brasa.

Aydesa

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Cuando atraigo mis plantas a las góndolas. Una vibra, dando facilidad a las cajas. Cada góndola atrapa con sus aromas, gustos, sonidos. No, una no anda difícil, todo lo contrario. No pongo onda para bancar la adicción. Soy hipnotizada y caigo, una y otra, sin parar.
No soy compradora compulsiva, ni mucho, ni poco. Nunca compro algo para no usar solo por gozar la pichincha. No, no, yo solo compro algo por gusto.
Ya habrán notado mi amor infinito por todo lo oral. Total un shampoo lava todo, todos son lo mismo, más bla bla bla, la propaganda, y lo mismo pasa con jabón para tocador, jabón para lavarropas, y ainda máis. Puro chamuyo.
Pará, ¡ojo! La gula, otra cosa, más pura. Ningún mortal morfa indistinto cacao con jugo vacuno y azúcar, budín, pan, jamón, lomito. Ninguno toma sodas azucaradas, birras, vinos... Casi todos usan su corazón. Nacida y organizada a lo largo, muchas horas. Años probando y gustando. Ahora la trasabilidad copa las góndolas, cazás productos y das con tu gusto, hasta podría una cumplir lujos como surcar los sitios y dar cara al trabajador, agraciado turrón. Tomo un vino y viajo, miro a lo ojos la viña y su cuidador.
Casi como abrir una arcada, si, al mundo, acaso amor al día a día alojado. Si soy atrapada por un psicólogo, conmigo acampa, arma un pic-nic. Todo morfi industrial, comida a modo sustitutivo, cariño sin arrivar. Más psicólogos, digan como gustan. Total hay cariño más útil para tirar, nunca agarrar. Y junto a lo dicho podrían surtir góndolas y Wallmarts, y ninguno compraría.. Lo ignoro, ahora si pongo coco, con una gran propaganda comprás buzón y un San Francisco todo por dos mangos.
Para los cupidos, al amor por la comida sabrán, la vibra colocada nos abraza cuando no provistos con vituallas, nos agarra la brutal pasión por comprar.

Roseanne

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Barrunto, así. Busco, por tanto, con uñas y caninos, araño olvidos allá al fondo, invocando al dios gurrumín, unos cajoncitos abarrotados con fotos cansadas, un pantanoso historial.
Asoma un lozano yo (camisolín a cuadros y alias tatuando mi corazón blandito) posando rojizo junto a la divina criatura, sus santos ojos color ámbar, sus labios carnosos y sus hoyitos a los lados.
Días dichosos, amor cándido, hamaca, tobogán y Gladis.

Adjunto foto.

Daniel R.

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Un gordo amorfo yacía boca abajo soñando un bacanal pomposo, tragicómico y grasoso final para su adictiva vida.
Ojo, al gordo no lo conozco tanto, soy solo su doctor. Doy un diagnóstico frío con
análisis básicos, tacto, orina y radiografías. No hay dudas: años trastornados por alcohol y calorías.
Yo como su doctor (y casi su amigo) afirmo algo un poco íntimo: morir no lo conmovía
al gordo, ni la más mínima congoja. Solo imaginaba a diario una última y sabrosa visión: un choripán (adobado con chimichurri) viajando hacia su boca. Vino, mucho vino tinto. Pinot Noir lo ayudaba a olvidar por un rato su figura anquilosada.
Cada tanto lo imagino bailando con una Parca chocolatada como final burlón anticipado, pagando culpas dudosas por una gordura casi voluntaria. La gula nunca garantiza un final digno, todo lo contrario. Como doctor y amigo lo digo.
Junto a la cama un suicidio gastronómico (¿por fin?) lo alcanza. Análisis angustiosos lo ratifican: un gordo ha palmado soñando su última comilona: transfusión gastronómica para facilitar un final anunciado, su paso al más allá.
Soy imparcial, sin pasión y sin odio lo digo (murmurando junto al occiso): Gordo puto, cansino, ocultó las tortas bajo un sucio inodoro hospitalario para no compartir conmigo ni un solo trozo, ni una lastimosa porción.
Los gordos son así, ladinos, solo la comida los motiva. No sufran por su salud. Lo digo como su doctor, ya nunca más como su amigo.

Claudio

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Parirás sin dolor

Arribó casi con la criatura salida. No alcanzaron ni a lavarla, ni a rasurarla, ni a pasar una mínima gasita con alcohol como única profiláxis por su panza.
Parió a la chica rapidísimo. No sufrió. No hacía falta sufrir. Parir no pinta difícil hoy día. Hay mil drogas aliviadoras y más aún apuros administrativos para vaciar las salas y continuar con la labor infanto-productora.
La abrigaron con una sabanita limpia y la llamaron Cristina, como la doctora.
- Las vacunas, la próxima visita por mi consultorio privado.
- Si, doctorcita.
- Gracias por llamarla como yo
- No, al contrario, faltaría más. Vio lo igualitas?
- Si, si... Divina la gorda...

Paula

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Carlos, doctor honoris causa, acababa su discurso con una apagada ovación.
Había asistido al instituto, años atrás, y ahora lo habían invitado a adoctrinar a los alumnos con su alargado currículum. Aburría a todos. Hablaba sin ánimo moralizador y sin ninguna ilusión, y asi lo oían los chicos.
Sonó un himno, aurora, la misma rutina con los signos patrios, y todo concurrió con suma prisa. A ninguno había adoctrinado, ni a los adultos. Todo pasaba rápido y como una adormilada farsa.
Lo saludaban brazos ignotos y algunos sacudían su mano con un falso tono adulador. Toda una farsa patriótica.
Ana, su novia, soñaba con una cama tibia y una ducha vaporosa, y todavía aguardaba a carlos con los abrigos (un tapado, una bufanda, un cardigan azul) suspirando acostumbrada. Quizás, algún día, Ana daría los discursos y Carlos, aburrido y cansado la aguardaría. Y podría aplastarlo con abrigos y palabras vacías y sin razón.
Algun día, la vida cambiaría su curso y Carlos pagaría por todas las horas solitarias.
Los conflictos más rotundos son todos por pavadas.

Juan Duaca

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Hospital

Voy a visitar a mi tía. Cruzo un jardín abandonado. Camino por
pasillos sombríos. Hay murmullos, sonidos difusos. Hay caras largas,
mudas. Ojos mirando al vacío. Las visitas citan ominosos
diagnósticos.
Acostada boca arriba, mi tía mira la lámpara colgada.
- Hola Pochito.
- Hola, tía. ¿Cómo va la cosa?
- Así, así, mihijito.
- ¿Pasó García?
- Si, ya pasó, a la mañana.
- ¿Algún cambio?
- No, dijo lo mismo, todos los días lo mismo.
- Ajá.
Pausa.
- ¿Tu mamá? - dijo.
- Ahí anda, con sus nanas.
- ¿Camina un poco?
- Si, un poco.
Otra pausa.
- No doy más, Pochito.
- ¿Sufrís mucho?
- Si, ya no aguanto más. Morir. Ansío morir.
- No digas así.
- Digo así y no digo más nada. Chau, Pochito.
Otra larga pausa.
Salgo al pasillo. Voy a fumar tras los vidrios. Miro hacia Pi y
Margall. Otros fuman, al lado mío. Ninguno habla.

Octavio

Consigna 3



Hoy tengo paz interior. Tengo esta clara y profunda sensación luego de meses de estar vomitando resaca, sin poder controlarme, con mis adicciones a flor de piel. Descripciones de un estado de ánimo que tan bien ilustra mi madre en sus cartas tristes y desesperanzadas. Hoy me sacaron del hueco oscuro y estoy teóricamente de festejo a pesar de esta luz que me ciega.
No puedo prometer “cada sábado, un nuevo comienzo”, ojalá fuera así de fácil. Casualidad nomás que hoy es sábado y han concluido mis médicos que ya no causaré peligro si estoy debidamente medicado. Mis recurrentes “nuevos comienzos” siempre son efímeros como ciertamente me recrimina mi hermana llorando en cada visita.
Parecería que me voy por las ramas, pero en realidad para irse por las ramas habría que tener al menos un árbol, neuronas sanas u opciones reales. El noble arte de elegir, saber tomar el camino indicado. Los que elijo tarde o temprano terminan en inyecciones, electricidad y en esta luz que me ciega, porque no son caminos, “son atajos cloacales”, como lo definiera mi amigo al rescatarme de aquel tsunami de calmantes y alcohol, en la tarde del penúltimo desenfreno.
Todo es azaroso aquí: unos de festejo, otros bajo inspección, pero las diferencias son solo momentáneas, porque luego del festejo siempre está esa puta locura que me sale y al final el hueco, la luz cegadora. Festejo, violencia, locura, hueco, inspección… y la última imagen de mi amor taladrándome la cabeza, aquella de las lágrimas mezcla de defraudación y dolor.
Hoy tengo paz interior y a pesar de esta luz que me ciega, podré decirle a mi madre que no serán más necesarias sus cartas, a mi hermana sus visitas, a mi amigo sus rescates y a mi amor tantos sufrimientos.
Solo serán necesarios unos frascos de pastillas, una distracción cómplice y, sin remordimientos, el último que salga que apague la luz.

Claudio

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Hay que destruir la tablita usando la energía del Chi", reitera Kung Fu en una suerte de flashback donde las narrativas subrayan aquello que prometen resolver a futuro con el plano detalle de un objeto o la brumosa estampa de una enseñanza paradigmática, generalmente fundada en un "recordar simbólico", plagado de revelaciones de otro tiempo y otro mundo y reconstruído en ausencia por el espectador con lo que no se ha dicho ni se planea decir.
De todos modos para Kung Fú, quién nada sabe de futuros sin medio hermanos Kein ni pretéritos pelilargos, avanza voluntariamente sobre una vida con prólogo censurado. El espectador tampoco puede imaginar ni consolarse con terapéuticas propias de anticipación. Wai Chang está allí para que todas las noches después de las veinte padezca fogozos antebrazos de serpiente y dragón, soportando este lisérgico mandado sin memoria de la caminata sobre el papel de arroz, tanteándose a sí mismo, a punto para la partida.
Y luego sale. Ahora es un forastero de sesenta minutos.
En el primer triángulo occidental acontece la semántica del western: la fiebre del oro, los forajidos, las puertas vaivén, ancianitos custodiando alambiques, castores, tónicos milagrosos, tropillas retobadas y pieles rojas sensibles. Variadas son las circunstancias que entretejen la saga de nuestro héroe, hombre ya maduro, trovador de criaturas indocumentadas por el zen y respetuoso amante-guardián de toda doncella salvaje caída en desgracia temporal como la viudez, la soltería o la religión; todas tipologías particulares de un oeste indomable, en el momento justo cuando las mujeres se atreven a liberarse del mundo viril argumentando su emancipación con pólvora y una envidiable puntería. Recordemos que el medio Kein comienza su vida rodeado del austero círculo del celibato monástico y como en las cancelaciones y demoras, no todos pierden; logra aggiornarse sobre temas del corazón y la conquista a merced de una que otra muchacha cruzada por azar entre los pueblos polvorientos, repletos de hombres rudos con botas texanas y alientos etílicos.
Nuestra teoría es que Kung Fú ha conquistado más mujeres que cualquiera a costa de sus pies desnudos, simplemente exhibíendolos, porque la mujer se enamora primero de la novedad y luego del hombre.
Pero cuál supo ser el enigma de su mirada horizontal? El caso es bien simple y si fuera nuestra voluntad representar una analogía ante la propia, sólo nos bastaría evocar a un peón recolectando fruta, terminando su parcela y sonriendo al oeste que raya un ocaso, con ese mismo sol de frente, estirando lo visible hacia el fantasma de la mueca achinada, geográficamente en otro triángulo invertido aunque austral, sin ir tan lejos, recolectando uvas como últimas imágenes bajo el sol mendocino

Aydesa

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Cuando Cora se calienta no hay manera de hablarle. Lo mejor, siempre me dicen sus amigas, es apagar el celular y esperar a que se le pase. Irse a dormir si es de noche, al cine si es de día. Huir de ella y dejar que desparrame insultos contra los espejos, que ya la conocen y están acostumbrados a su explosivo temperamento. Uno de ellos, incluso, tiene la marca de un zapatazo genial que Cora le tiró en la madrugada etílica de aquel grotesco y cruel fin de año pasado.
El asunto es que Cora era una incomprendida en su familia, que según ella no estaba a la altura de su espíritu sensible y refinado. Para sus padres, claro, el problema es que estaba un poco loca, o a lo sumo era una vaga. "Alérgica al trabajo" decía su abuela, y se iba a ver Pasión de Gavilanes murmurando. Cora decía que los detestaba pero me hacía ir a todas las fiestas familiares habidas y por haber. Llegué a pensar que en verdad a ella le interesaba ese papel y lo sostenía con la misma devoción que el resto de sus parientes.
Si había que ir a un cumpleaños de un sobrino, Cora me llevaba y provocaba un mini escándalo con su ropa (siempre fuera de sitio) o algún comentario dañino para una prima frágil o un tío borracho. "Nadie me entiende" decía ella cuando después de protagonizar una escena me llamaba, a cualquier hora de la noche.
La verdad es que era cierto. Yo tampoco la entendía. Una vez me había dicho que la vida era muy injusta con ella, hacíendola nacer en un ambienta que adoraba la chatura y el aburguesamiento. Tengo talento...y un lomazo, ¿por que no puedo hacer lo que quiera? Yo le decía que sí, que podía, y corría a refugiarme de sus zapatos voladores, de sus ojos filosos y sus palabras crueles.
Mi terapeuta, a quien Cora asesinaba imaginariamente cada vez que yo la mencionaba, decía sin decirlo que yo tenía que dejarla. Que nada podía hacer para contentar a Cora, que era una lucha con molinos de viento, que ella siempre iba a tener esa demanda insatisfecha que la hacía echarle la culpa de su frustración a todos los que la rodeaban. Claro que tenía razón, pero yo estaba atenazado en esta relación y no la escuchaba. Solamente me dejaba llevar por los impulsos de Cora, y cada tanto trataba, sin éxito, de consolarla.
Aquella noche del 31 de diciembre que recuerdo, Cora comentó, en pleno intercambio de recetas entre las matronas de la casa, que rezaba para que dios no la convierta jamás en una ama de casa. Dios no lo quiera! les dijo, provocando una escandalosa discusión a poco del brindis que terminó con la bronca de Cora estrellada en un espejo por un zapato verde. Su padre le dijo de todo, su madre simuló un desmayo, los más chiquitos de la casa disfrutaban la pelea y encendían estrellitas en el patio.
Nunca la había visto tan débil. Lloraba sentada en la cama, los brazos abrazando las rodillas, parecía más joven, más frágil, parecía querer un abrazo o morirse. No puedo con la soledad, me dijo, y yo le di un beso y le dije que no estaba sola pero era mentira.
La última vez que la vi fue hace un par de años, en el casamiento de un amigo en común de la época en que todavía eramos novios. Yo me sentí un viejo cuando la fui a saludar; a ella parecía no haberle pasado el tiempo. Estaba deslumbrante como siempre. Fue un saludo incómodo del que pudimos huir por el bendito vals que se inició en la pista y nos dio los motivos necesarios.
Me fui pensando que sí había cambiado. Que la había sentido cansada y aburrida. Pobre Cora. Yo la hubiera querido hasta morirme si me hubiera dejado. Eso que a todos alejaba, a mi me acercaba, aunque no lo suficiente como para que ella me viera. Yo quería quererla pero ella sólo quería que la cuide. A mi no me funcionaba. Al fin de cuentas, no todos deseamos lograr lo mismo.

Juan Duaca

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"Hoy tengo paz interior". Eso repite Graciela como un mantra cuando me abre la puerta. Hoy es sábado y como cada sábado, un nuevo comienzo de esta rueda que gira cíclica y me deposita en este mismo punto desde hace años. Yo tocando la puerta de Graciela y ella abriéndola con una frase u oración del estilo. Todos clichés. Y después una charla banal con algunos momentos de intimidad medida en dosis justas como para no entrar en detalles que compliquen las cosas. Graciela es mandada a hacer para irse por las ramas y desviar la atención. Cuando quiero contarle que C. está mal, que ya casi no sale y que le tuvimos que aumentar la dosis de antidepresivos, Graciela rebusca con palabras alguna tangente conveniente o me ofrece café. Y se va a la cocina. Yo temo que su "paz interior" pende frágil como una gota de lluvia en una hoja. No pretendo -no puedo pretender-, derrumbarle sus ideas new age con mis novedades, con mi realidad. Graciela es liviana y profundamente superficial. Este sábado está especialmente conmocionada con su última lectura "yo soy la puerta" de Osho. "unos de festejo, otros bajo inspección y otros, como Osho, tratando de equilibrar este mundo que se va al diablo, es tan injusto como humano, entendes?" me dice mientras cruza la puerta de la cocina trayendo la segunda vuelta de té verde aunque yo prefería otra cosa, pero Graciela es de las que no pregunta, asume que todos los demás gustamos de lo mismo o estamos equivocados.
Empezó hace dos semanas una dieta macrobiótica y ahora es fan y militante de toda clase de porotos que yo nunca había visto. Perdón, legumbres.
De este mundo Graciela quiere partir limpia, me explica: "yo estoy depurando mi alma, mi energía. En el noble arte de elegir qué tipo de vida queremos, los que elegimos el camino de la verdad y el amor, quedaremos enteros y puros. El resto, no lo creo."
La miro a Graciela con cierta compasión en los ojos, acerco la cara y le digo: querida, para mí todo es distinto, ni un poroto, ni el chi, ni el espíritu santo, nada me va a salvar. De acá nos vamos todos como llegamos, sin nada. La vida es una fiesta de esas en las que a veces se va todo al carajo, se desmadra, en la que de a ratos lo pasas bien y al rato te queres matar. Con resaca, con música, con vasos rotos, amigos, tranzas… De esta puta fiesta todos nos vamos de a poco y por turnos y el último que salga que apague la luz.

Penélope

Consigna 4




Personaje: Niñato con madre

"Se creen que porque soy mudo también soy tarado, pero no. Y no le creo a mamá que la loca que escupía como Sosa, el pibe de séptimo que se tira garzos de dos metros, es la presidenta de la cooperadora de la salita de primeros auxilios de Villa Santa, la villa que está a cuatro cuadras de la canchita. Que porque la vio sacada aceleró el paso. No. Yo sé que no fue por eso, porque yo seré mudo pero no soy sordo y oí cuando la vieja le gritaba a mi mamá que cuándo me iba a decir la verdad sobre mi papá. Y yo un poco sé la verdad porque seré mudo pero no soy ciego y noto las diferencias que hay entre mi pelo y el de mis hermanos y entre mi cara y la de mi papá. Además la vieja gritaba que yo soy un calco de “su Willy” y que ya iba a venir por mí mientras mi mamá me tironaba de la manga para que yo la siguiera. Y yo no sé quien es “su Willy”, porque seré mudo pero no adivino, pero me dan ganas de ser igual a alguien que se llame Willy, porque Willy se llamaba ese señor que una vez me regaló la cartuchera de River, la camiseta y la Nro. 5 de cuero original, esa que mi viejo no quiere que use porque dice que si arriba de mudo soy gallina el me va a meter en uno de esos colegios que solo te dejan salir los fines de semana, y está bien que yo sea sordo, pero no soy boludo y para qué quiero salir los fines de semana si no voy a poder ir a jugar al futbol con la camiseta que me regaló Willy, así que uso la de Platense que lo pone de mejor humor a mi viejo y me deja ir a la canchita un rato todos los días. Igual, para adentro yo sigo siendo de River aunque por afuera yo me vista de calamar y piense “dale marrón” como si me importara.
Algún día, cuando vuelva a ver a Willy yo le voy a pedir que me lleve con él a la cancha así yo puedo gritar tranquilo que, aunque parezca de Platense soy de River y que aunque parezca que soy hijo de mi viejo, yo lo quiero a él. Porque yo seré mudo, pero ese día, cuando entre a la cancha de la mano de Willy, los dos con la misma camiseta, la puta madre que pienso gritar!"

Paula

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Yo, Alan Schenkler

Como es de público conocimiento, la imagen de William ha tomado gran relevancia mediática por las numerosas acusaciones que lo incriminan (según muestra abuela Nelly, injustamente).
En justo mencionar que, entre el ejército de admiradoras de toda especie que lo acosan sin descanso, ella es la número uno, la que lleva el estandarte del hidalgo Schenkler.
¿De qué no sería capaz por sostener el buen nombre y la noble estirpe de su ario heredero, sangre de su sangre y saliva de su saliva, máxima manifestación de pureza y hombría, su perfecto legado a esta pestilente humanidad mestiza? Blandiendo con bravura su cartera de cuero de auténtica mamba negra, enfrenta sin temor a detractores, enemigos y envidiosos, lanzando a diestra y siniestra temerarios y gelatinosos escupitajos que, cual hierro candente, marcarán a fuego la piel de la insolente chusma mestiza.

Volviendo a William, su blonda cabellera le abrió desde un principio las puertas del mundo, y fue bautizado en descarada referencia a otros grandes de la historia universal, la cultura y las luminarias hollywoodensens: Shakespeare, Blake, Holden, Hurt.
Ofuscados con mi oscura condición, en cambio –aunque primogénito legítimo-, mis padres optaron por atacharme un insípido Alan, sin más resonancia que un afrancesado Pauls o un sudaca García (si hasta en los círculos más íntimos hay quienes todavía me llaman Noemí).

En mi defensa, francamente no puedo alegar casi nada. Como todo hermano mayor, sólo aspiré a ser un ejemplo para él, y ahora me sorprendo invadido por un insano y profundo anhelo de venganza. El final de la historia ya está casi contado: como en La máscara de hierro, el malo acabó usurpando el estrellato arrebatado al bueno. Así pues, preso William, soy como un payaso segundón sin corcel ni armadura. Los borrachos del tablón me perdieron rápidamente el respeto y empezaron a llamarme conchita.
Pero Barreda es un viejo estúpido y miserable, y no quiero acabar como él. Por eso me entregué a la justicia. Ahora voy a contar mi verdad.

Daniel R.

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LA ABUELA DE WILLIAM SCHENKLER ROMPE EL SILENCIO Y SE QUIEBRA


Entrevista exclusiva con Nely de Schenkler, abuela de William Schenkler, sospechoso de haber asesinado al hincha Gonzalo Acro. Detalles íntimos de la conversación y del momento en que la abuela se quiebra.


Ingresando al apartamento de Doña Nely en Barrio Norte, la tranquilidad de un ambiente acogedor nos recibe cálidamente cambiando la perspectiva de lo que esperábamos encontrar. Nos recibe con una sonrisa, nos ofrece una bebida energizante con buñuelos y nos confiesa su necesidad de contar todo. Prende un incienso indio con perfume a rosas nuevadelianas y pone una tenue música chill out.

En el palier de ingreso, en un lugar destacado, se encuentra una foto tamaño natural de su nieto con el Beto Alonso, ambos sonriendo. Delante del mismo hay velas encendidas e imágenes religiosas a modo de un pequeño e improvisado santuario por la liberación de William. Y de paso porque el Beto sea el próximo presidente de River. No faltan tampoco muñecos de hinchas de Boca con múltiples agujas clavadas en sus penes.

Al principio Nely da una imagen de señora culta y educada, muy contraria a la que cobró notoriedad y le valió el mote de “guanaca”. Se nota el esfuerzo por cambiar su imagen de los últimos días. Se la nota relajada.

-Periodista: ¿por qué se ha decidido a contar toda su verdad, cuando su relación con la prensa había sido tan tormentosa?

-Nely: porque estoy indignada con tantas mentiras que andan dando vueltas, por mi dignidad y la de mi familia y porque su revista me ofreció 20.000 pesos. Como comprenderán debo pagar abogados y llevar la merienda a mi nietito.

-Periodista: ¿Qué es lo primero que quisiera contarnos, Doña Nely?

-Nely: Primero quisiera manifestar que no soy una guanaca. Eso me ofendió mucho. Hirió mi autoestima. La escupida fue casi inconsciente, venía acumulando rabia y saliva por la injusticia existente en el caso de mi nieto, y la forma vil en que el periodismo estaba informando del caso. Así fue como me brotó el esputo naturalmente contra esos periodistas infames. Otra cosa que quisiera aclarar es que William no es uruguayo y que no tenemos nada que ver con los Schoklender.

-Periodista: ¿Está arrepentida entonces por lo del escupitajo?

-Nelly: No sé qué decirle… evidentemente no estuvo bien desde el punto de vista formal y salival, pero ¿qué hubiera hecho usted con tanta tensión, tanto gargajo acumulado? No me parece que sea para tanto, cuando en esta ciudad todo el mundo se caga en todo, especialmente los que pasean a los perros. Riquelme vive escupiendo y nadie le dice nada porque es de Boca.

Periodista: Ha trascendido que usted ha tenido antecedentes de violencia y de arrestos de locura, sumado a cuadros de desequilibrio emocional. ¿Son ciertas estas especies?

Nely: ¡Mira querido, a mi las especias me importan un comino! Aquí la realidad indica que el turro de Martí n Lococo, cuyo apellido lo dice todo y Andrés Torres, pariente de Jaime Torres y con vinculaciones mafiosas dentro del folklore argentino, son los responsables materiales, musicales e intelectuales del asesinato del zopenco de Acro. No hay charango que no lo sepa. Todo esto está relacionado con la mafia de la efedrina y con los narcos colombianos hechos boleta en el Shopping Unicenter. Además los yogures descremados producen cáncer al igual que el Chucker.

Periodista: ¿Por qué llama zopenco al difunto Acro?

Nely: Él fue quien provocó con sus amistades mafiosas a los sicarios Torres y Lococo. Además la esposa de Torres miente con respecto a su marido. Él nunca fue del calamar, ni del mejillón ni de ningún molusco. La policía debería profundizar en esas falacias y dar luz acerca de la diferencia entre la Coca Light y la Coca Zero. ¿Cuál de las dos produce cáncer?

Periodista: Perdón Doña Nely, pero me parece que está desvariando y demostrando que es cierto eso de sus antecedentes de desequilibrios síquicos y paranoias.

Nely: No me provoques que te escupo un ojo, ehhh!!!??? Si se investigara la conexión chavista y bostera del maletín de Antonini no queda títere sin cabeza. Mi nieto siempre es acusado de cosas inventadas. Que haya pisado pollitos de chico, metido lauchitas en hormigueros o tocado cuanto culo de compañerita del colegio se le cruzara, no significa que no tenga un corazón clandestino o un inconsciente colectivo. A él le tienen envidia porque es lindo, las mujeres policías de la seccional lo provocan, se le entregan por una pizza, y hasta los oficiales le piden besitos y que los espose. Es inhumano estar detenido en esas condiciones. De allí que estoy presentando ante la AFA una denuncia por violación a los jiumanraits por las condiciones carcelarias de mi nieto. Nadie se merece sufrir así. Y es la décima vez que está detenido desde aquel cargo falso de zoofilia en un gallinero. Bosteros de mierda lo acusaron.

Periodista: Una reflexión final, Señora Nely.

Nely: Gracias. Quisiera decir como comentario final y con la tranquilidad que me caracteriza, que esto se vincula a que River salió campeón y que no se lo bancan. Muy humildemente les digo que se vayan todos a la puta madre que los parió, en particular a Palermo, a Roberto Giordano y a Carlitos Ischia. Que Moreno se deje de inventar estadísticas que lo único que sirven es para condenar a mi nieto. Reitero su inocencia y mi estado óptimo de salud mental, y que los químicos que le ponen a la lechuga van a producir generaciones de argentinos deformes, hinchas de Boca y peronistas. Y vos fotógrafo ortiva no me saques más fotos que te gargajeo… ¡!Viva River Carajo!!
De esta forma, Nely, fuera de sí, se levanta intempestivamente y se quiebra … los dedos de la mano al sopapear al fotógrafo y poner fin violentamente a la entrevista.

Claudio, exclusivo para la Revista Billiken

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Brava

Hay una pared verde, descascarada. En la parte de arriba tiene una ventanita rectangular, con barrotes. Si me paro en puntas de pie y me estiro bien puedo ver el patio, donde estacionan los patrulleros. Los canas van y vienen, consultándose cosas. A veces veo a los dos que me
interrogaron. Hijos de puta.
Cardoso también es cana, pero es un buen tipo y me trata bien. Será porque es hincha de River. Esta mañana me trajo el diario y me mostró la foto de mi abuela escupiéndole al fotógrafo. Con la cabeza levantada, parece Tita Merello. Nos cagamos de la risa. Lo lindo es que ella no me había dicho nada de lo que pasó, ese día.
Es brava la vieja. Abajo de la foto dice que la abuela esputa. ¿Cómo lo supieron? No, no pueden saberlo. Yo creo que ni siquiera Alan lo sabe. Es un secreto que la abuela me contó a mí solo. Pero eso fué hace mucho tiempo. Ella trabajaba en los piringundines del bajo. Era muy joven. Un día, me contó, un cliente le pegó. Ella sacó un cuchillo y se lo clavó en la barriga.
Es muy brava la vieja. ¿Será por eso que nosotros también somos bravos? Ella me trae la merienda, se sienta en el camastro, me mira con una mirada terrible y me dice, con voz muy firme : Vos no hiciste nada, Mito. ¿Me entendés? No hiciste nada. Yo la escucho, tieso, y casi me lo creo. Si, abu, le digo, yo no hice nada.
Pobre Gonzalo. Ahora que está muerto me da un poco de lástima. Me acuerdo cuando íbamos juntos a la secundaria. También íbamos al gimnasio, a hacer complemento de pesas y natación. Éramos muy amigos en esa época. Hasta que pasó lo de la Estelita. Estelita era mi novia, pero también era la novia de él. La muy turra cogía con los dos.
Yo lo desafié y fuimos al potrero de la calle Monroe. Alan, Lucho, Miguelito y Juan nos miraban y cuidaban la puerta de la tapia.
Estuvimos como una hora cagándonos a trompadas. Él quedó mormoso y yo apenas si podía caminar. Pero eran cosas de muchachos.

Después de un tiempo volvimos a ser amigos. Ibamos a la cancha, un domingo y otro, a ver a River. Hasta que un día nos pudimos meter en la barra. Los borrachos del tablón. Cuando entrábamos todos a la tribuna, apenas comenzado el partido, era lindo verlo al Gonzalo
delante mío, a los empujones, tirando de la bandera con una mano, a los gritos, levantando la otra mano con el puño cerrado. Toda la cancha se quedaba en silencio, por un momento, y nos miraban. Qué tiempos.

Pero después vinieron los problemas con la guita. Y como dice la abuela, con la guita no se jode. Porque la guita no se reparte, sobre todo si es mucha. Como no pudimos repartirnos a la Estelita. O de uno solo o de ninguno. No hay lugar para dos. Así que otra vez tuvimos que pelear. Pero claro, ya no somos muchachos. Esta vez fue a matar o morir.

Dentro de un rato va a venir la abuela con la merienda. Espero que se siente y me mire fijo, como otras veces, y me convenza. Si, abu, yo no hice nada. Es tan brava la vieja.

Octavio

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La periodista

Estoy harta de este trabajo de porquería. Harta del débil mental de mi jefe y de sus ideas conventilleras acerca del periodismo. La verdad, no puedo creer que tenga que bancarme estas cosas para poder ser una periodista de renombre, respetada por mis colegas y esperada por mis lectores. Pero en vez de eso, estoy en esta seccionsucha de cuarta de un pasquín miserable y complaciente, cubriendo las notas menos interesantes de todas, las policiales, que jamás se leen a menos que el muerto tenga plata o se lo relacione sentimentalmente con un político. Después, nada. Yo puedo agarrar y escribir cualquier inexactitud que nadie lo lee. Es pura frustración. Mi editor es débil mental y usa un traje con olor a polilla que detesto. Además tiene caspa y tose sin taparse la boca. Lo peor de todo es que ahora que por fin se fijó en mi clase distintiva a la hora de escribir y parecía dispuesto a enviarme a la sección de ensayistas o crítica literaria, se le ocurrió que lo que me faltaba era "calle" y me mandó a cubrir algo que para mí es lo menos, o sea, una cuestión de barrabravas. Lo que se dice un asunto de cuarta. No sólo tengo que lidiar con criminales y reos, sino que ahora con criminales y fútbol.
Pero bueno fui y la verdad, no pudo haberme ido peor.
Para empezar no tenía idea, imaginense, de quien era el tal Schlekner o como se diga, ni por que estaba detenido. Seguro que por ser un grasa hincha de un club de fútbol, por estar traspirado y sucio o por comerse las eses. No me importaba. Pensaba escribir cualquier verdura y mandarla a la redacción y punto. Así que fui hasta la comisaría (se iba poniendo todo peor, barrabravas y policías, un quemo) y me puse a esperar a que trajeran al bendito barrabrava, para que mi fotografo hiciera su trabajo mientras yo fingía tomar notas en mi libretita para pasar el tiempo. La gente se agolpaba, apareció el abogado del chico y todos corrieron a hacerle pregutnas, que yo después copié de la libreta de una colega que es buena onda. Se fue haciendo de tarde, se corría el rumor de que iba a salir William para un traslado, y ví llegar a los representantes más bajos del periodismo de espectáculos, carroñeros y chimenteros que venían a sacar provecho de la situación. Así que soy una de esas, pensé, y me deprimí un poco más hasta que lo vi bajar del móvil.
Era alto, rubio, tenía los dientes más perfectos que había visto en mi vida. Se me cayó la libreta y no pude mirarlo más, pero corrí a apretujarme con el resto para poder verlo de vuelta. De atrás, se veía que usaba una camisa negra y anteojos oscuros, lo cual era medio grasa pero no me importaba. Le grité con todas mis fuerzas porque pasaba de largo y no hacía declaraciones y él me escuchó. Sintió las cuerdas húmedas de voz llamarlo con el corazón porque se dio vuelta y me buscó. Notó la diferencia de clase en mi perfecta dicción al mencionar su nombre anglosajón y me encontró con la mirada entre todos los periodistas que habían sido eludidos por él hace segundos. Observó mi figura grácil y distinguida entre las efigies torcidas de mis colegas, y me miró a los ojos con una dulzura tal que pensé que iba a desmayar de la emoción. Supe que lo amaba con todas mis fuerzas y que él sentía lo mismo por mí y eramos dos jóvenes tratando de encontrarse en la multitud de micrófonos y policías. Entonces llegó hasta mí, me miró y escuché claramente el sonido inconfundible de un gargajo proveniente de mi wing izquierdo que impacto de lleno en la cara de mi fotógrafo, que cayó rendido al suelo en un ataque de asco. La gente se dispersó y William retrocedío para dar paso a su abuela, una señora horrorosa que terminó con mi cuenta de hadas al grito de "periodista de mierda ya te voy a enseñar a escribir mal de mi nieto". Senti que todo se desmoronaba, mi William cambiaba la cara y yo trataba de decir que era mi primer día en el caso, pero como la señora hacía ademán de cargar un nuevo gargajo me di a la fuga y todo desapareció detrás mío. Llegué a mi casa, garrapetee un estupidez sobre mi vigilia en la comisaría y me fui a dormir.
Al otro día, al parecer a pedido de mi fotografo a quien dejé abandonado en la escena del crimen, me cambiaron a la sección de necrológicas y se acabaron mis sueños de un plumazo.

Juan Duaca

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El abogado

Yo te voy a contar la posta de cómo son las cosas acá.. Este asunto del Willy ese (cheto del orto) y la muerte del pibe Acro, que de pibe no tenía nada pero bueh. Me saco el saco de abogado, entendé, la verdad yo soy un flaco común y corriente que fue a “robar” una carrera para hacer billete rápido y fácil en este ispa de justicia ciega sorda y muda que huele un billete y agarra viaje. Y claro, no es la única que agarra billete, yo también.
Lo de este pibe me salió bastante redondo. Miráme acá, tirado al sol tomándome unas birras. Lindo Miami, no? En fin. A mí me garparon viste. Me ofrecieron muy buena moneda y agarré viaje.
Me llamó por teléfono un día la vieja, la abuela de William, desesperada llorando que a su nieto lo andaban apretando de todos lados unos tipos y entonces ella tenía miedo y pretendía que al menos un abogado de confianza le defendiera al nene. Y ahí entro yo en escena.
A la abuela la conocí un día en la fila del anses cuando hacía laburitos de gestor. Ella entró a los gritos reclamando no se qué cosas y yo la frené en seco hablándole bajito y la calmé. Buena pilcha la vieja eh! Y calzó justo que me quedé chamuyándola y en un ratito la vieja ya me estaba diciendo muñeco, lindo y cosas así y aproveché y le enchufé mi tarjetita de abogado. Total no perdía nada.
La cosa es que cuando me llama yo no me la podía creer. Quedamos en reunirnos en su casa, un departamento que casi me caigo de culo. Yo me tunié joya para la ocasión y, sumale el muyo rebuscado de abogado –una de las pocas cosas que incorporé muy bien en la facultad- y la maté. Se quedó fascinada con mi estilo yuppie boga formal.
Después conocí a William, un pibe bien, fachero, bardero y creído, enfermito del negocio del futbol pero que no podía patear ni una pelota de un metro de diámetro. Nos hicimos medio amigotes incluso, traía una merca riquísima y nos pasábamos días enteros tomando encerrados en un cuarto rojo y blanco de su casa de fin de semana en San Isidro. Un bardo. Y así me fui enterando de las movidas del chabón, entre locura y locura el flaco me iba contando sus negocios. Hasta que una semana se puso todo muy denso y William me sentó y me dijo : “Sebastián, preparáte una coartada porque hoy se pudre todo, hacé los llamados pertinentes y arreglá al juez, al secretario y a la prensa porque la que se viene es jodida.. van a bajar a un pelotudo de los del otro bando para hacerme una cama a mí y a mi hermano, entendés? Quieren que quedemos pegados para adueñarse de los negocios. Nos tenemos que adelantar así se dan cuenta de quién manda. Hay que darles una lección a los villeros del tablón. La guita está” y me preparé.. y armé unas estrategias dignas del abogado del diablo, la peli ubicás? La ví como 100 veces…
Lo de Acro ya lo sabés. La hicieron corta y lo limpiaron sin demasiado preámbulo.
Yo tenía todo perfectamente organizado. Canas arreglados, el juez en el bolsillo, la prensa comprada, testigos, todo. Habíamos previsto que lo encanen a Willy así quedaba pegado y perdonado y el juez impoluto. Venía todo sobre ruedas hasta que el hijo de puta de William me arruinó… no se bancó la noche en la comisaría, un puto se lo quiso comer y al otro día, cuando le fuí a llevar algo de morfar con la vieja y de paso contarle las novedades del caso, en un ataque de histeria se rayó y me amenazó a mí, no solo con que no me iba a garpar sino que en cualquier momento yo era fiambre.
Me subestimó… y yo sabía que le iba a saltar la ficha por algún lado. Y como con estos chetos me las sé lunga me avivé antes y ya tenía preparado un contraataque por las dudas.
Salí de la comisaría y llamé a XX (no te voy a decir quién me da de la rica ahora) y arreglé todo.
Y si man, para la justicia, William y Alán mataron al pibe Acro. Y la realidad es que fue todo una cama gigantesca. Esa es la posta posta. Tengo documentos, grabaciones, teléfonos pinchados, agendas, horarios, todo todo documentado.
El señor XX garpó muuuy bien toda esa data y yo acá, panza arriba tranquilo. Alguna vez me tenía que tocar!
Lo único que extraño a veces es a la vieja… al final me encariñé con ella. Quién te crees que le enseñó a escupir así eh? Un villero, un villero del tablón! JA!

Penélope

Consigna 5

Existe un profesor que tiene la costumbre de ponerse dos corbatas

Existe un profesor que tiene la costumbre de ponerse dos corbatas cuando va a dar cátedra, a veces, debido a su distracción, incluso llega con zapatos de diferente modelo.
Muchas veces se aparece por la facultad con la ropa con la costura hacia afuera. Si alguien le comenta algo, él se mira sorprendido y dice murmurando: ‘bueno, no me extraña en mí, es el costo de la súper concentración’, A este señor, le cuesta conciliar los dos mundos paralelos donde habita, uno que él eligió, que es el de su ciencia, su arte, su fantasía, con las estructuras móviles que el mismo diseñó; y el mundo externo, donde cohabitan otros seres, compartiendo las voluntades y responsabilidades, que en este caso más bien sería irresponsabilidades.
Para él es como un sacarse y ponerse, un juego como de dar vuelta un guante, como una tortuga o una ostra, como un volar y un aterrizar.
Le interesaba más su virtualidad, pero también comprendía, que dependía del otro mundo, que todos se empeñaban a llamarlo ‘real’, como si los reyes aun tuvieran mandato.
Un día tuvo una experiencia aterradora, donde sus dos mundos se encontraron se mezclaron y fusionaron.
Sus recuerdos traspasaron el umbral, se inmiscuían. Empezó a encontrar incongruencias en sus formulas.
Se despertaba dentro de los sueños, sus relojes se derretían cuando los miraba intensamente.
Sus chequeos de realidad ya no le funcionaban pues no recordaba si lo normal era tener seis dedos en cada mano o si eran siete.
Sabía si discutía con alguien, y no podía convencer, que ese era el mundo compartido, argumento que se desvaneció en poco tiempo cuando de ambos lados lo contradecían invariablemente.
Hasta que encontró algo que no se podía replicar en su interior, era el cuchicheo de la gente cuando iba a dar su clase magistral con dos corbatas.
Cuchicheo incesante que se tornaba en agudo tintinear de monedas cayendo al tazón de lata que había puesto a su lado para recibir limosnas de los que salen del supermercado.
Gozaba esos instantes de entrar y salir de sus mundos por unos pocos segundos.
Desde que descubrió esto, lleva siempre dos corbatas cuando va a dar cátedra.

Dani K.

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El llanto nocturno

Existe una mujer que tiene la costumbre de hacer sonar mi teléfono por las noches, alrededor de las 4 de la mañana. No se quién es, ni por qué llama. Tampoco sé su nombre ni nada. Solamente se limita a llorar a mares en el teléfono, jamás habla y hace 4 años que no puedo dormir una noche entera de un tirón.
Me acuerdo de la primera vez que me llamó. Yo dormía, obviamente. Eran épocas en que sufría de media docena de enfermedades psicosomáticas, pero que inexplicablemente me dejaban dormir como nunca en la vida.
Sonó el teléfono, tardé en encontrarlo, me acuerdo porque hacia meses que no lo usaba y en la confusión me di un pie contra la punta de la mesa ratona y antendí dando un grito.
Nadie respondió, y cuando me disponía a cortar para ver un capítulo de Brigada A, escuché el llanto y me sorprendí. Pensé que podía ser alguien conocido, pero no se me ocurría quién, y en vista de que nadie contestaba colgué. Volvió a sonar a los pocos segundos y se repitió la escena. En vano traté de conseguir alguna respuesta, tampoco podía cortarle: sólo recibía el llanto y los llamados repetidos. Cansado y bostezando, dejé el teléfono en manos libres y me quedé dormido.
A partir de esa noche el episodio se repitió de forma idéntica todos los días. Me enloquecía la situación y molesté a todos mis amigos tratando de que alguien me diga si me estaban haciendo una cargada o algo por el estilo. Incluso muchos que no me creían se quedaron un sábado hasta tarde para esperar el llamado y oir el llanto anónimo de esta chica.
Yo mientras tanto probaba de todo. Le rogaba que me dijera como se llamaba o que le pasaba, que me explicara porque me llamaba todas las noches. Otras veces la insultaba y le pedía que me dejara en paz. Nada de lo que hacía cambiaba las cosas. Ella lloraba, y yo después de un rato de pelearla me quedaba dormido con la tele prendida.
Una noche se me ocurrió ponerle música al teléfono, más por sueño que por otra cosa, y por primera vez en un año y medio sentí una reacción diferente. Comenzó a llorar más débilmente, y después de un ratito cortó el teléfono y me dejó dormir.
Al otro día, mientras ella lloraba, comencé a contarle de mi vida, le dije que si quería le podía dar motivos para llorar de verdad, y le hablé como una hora y media hasta que cortó. Me dormí en paz después de mucho tiempo, y a la noche siguiente volví a hablarle sin esperar respuesta. Le dije que mi trabajo me hacía sentir insignificante, que había arruinado mis parejas anteriores con mis manías sin cura y que estaba siempre solo. Le conté que me gustaba El Muro Infernal y le dije que debería verlo alguna vez. Hablé de todo y en cantidad y aprendí a darme cuenta qué tipo de historias le gustaban más y qué música prefería. A veces le pedía que no me llame por unos días porque iba a estar acompañado, pero no hacía caso. No podía invitar chicas a mi casa porque no había manera de explicar el llanto, y tampoco me animaba a descolgar el teléfono. Me daba mucho miedo pensar qué podría pasarle si nadie la atendía y saltaba de la cama para agarrar el teléfono cada madrugada. Me quedé sin amantes, sin amigos, sin salidas; todo sin darme cuenta. Inventaba excusas para volverme antes de las fiestas, aunque en el fondo sabía que quería llegar a tiempo para escuchar su llanto. Mal dormido, llegaba tarde al trabajo y me pasaba el día pensando cosas que tenía que contarle, sueños de la noche anterior o anécdotas de oficina. A la noche hablaba con ella y le contaba todo. Me animé a decirle cosas que nadie sabía de mí, y compartimos el llanto varias veces. Un día me di cuenta que disfrutaba muchísimo de sus llamados, y que mis manías se habían ido yendo de poco. Entonces, así como así, una noche dejó de llamarme y desapareció de mi vida.
Me sentí desolado y triste.
Ahora paso las noches en vela y tuve que volver a terapia.

Juan Duaca

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Círculo vicioso

Existe un círculo vicioso viviendo en mi casa que tiene la costumbre engañosa de mimetizarse, de simular desaparecer, quebrarse, para seguir presente cada vez con más fuerzas. Fue a veces cruel, lo admito, pero no es rencoroso ni vengativo.
Debo confesar que las cosas no me estaban yendo bien hacía mucho tiempo. Fueron largos años de errar el camino, no identificar con claridad qué era lo mejor para mí y para los que me rodeaban (de hecho ya no me rodeaba más nadie) y, como corolario, tomar decisiones absurdas y contraproducentes la mayoría de las veces. Si a eso le sumas la adicción al dulce de leche, se explica cómo una persona puede deteriorarse tanto, al límite de la pérdida de la conciencia. Y las diarreas y los índices de azúcar por el cielo.
Más dulce de leche comía, más necesitaba, más gastaba, más descendía, más me corrompía. Arequipe, manjar de leche, leche condensada, ya daba todo lo mismo.
Así un día, recorriendo una góndola de Carrefour, comparando precios del “Havanna” y el “Chimbote” (para llevar finalmente veinticinco potes de Gándara que era mucho más barato y rendidor), encuentro en un carrito un círculo vicioso. No estaba a la venta pues no tenía código de barras ni precio; parecía abandonado o perdido por alguien, era liviano, diáfano, pecado de sí mismo. Con una sonrisa subyugante.
Me llamó mucho la atención. No pude resistir apropiarme de él de inmediato. Con disimulo escondí el círculo vicioso entre los potes recientemente elegidos y me dirigí a la caja no sin cierto nerviosismo. Para justificarme me decía a mi mismo que en realidad no estaba haciendo nada malo porque no era un producto en venta del supermercado, sino un simple círculo vicioso que alguien había olvidado. Era mi oportunidad, no tenía dueño. ¡Qué ironía!
Haciéndome el tonto pagué los dulces de leche, doblé el círculo vicioso prolijamente y me lo puse en el bolsillo trasero del jean. Estaba acostumbrado a hacer el ridículo, una vez más no me afectaría tanto.
No obstante mis antecedentes, transpiré como nunca porque unas viejas me miraban cuchicheando. ¿Sería de ellas?, ¿sería una trampa?, ¿delirium tremens?, me pregunté. Nada de eso.
Salí del local y la frescura exterior me dio un alivio de felicidad coincidiendo con que nadie se había percatado de lo que ocultaba en el bolsillo. En realidad las viejas chismoseaban por la insólita compra de tantos potes de mi droga láctea.
Así las cosas, llegué a casa, desdoblé el círculo vicioso y lo incorporé inmediatamente a mi vida. Casi sin darme cuenta el círculo vicioso se transformó en mi compañero, mi consejero, mi mejor amigo. Debo reconocer que el círculo tenía un carácter fuerte, soberbio, en muchos casos controló rápidamente todas mis acciones, y yo me dejé llevar, mansamente, a su reino de dominación.
¿Qué podía tener de malo el dulce de leche que comíamos golosamente mi círculo vicioso y yo?. Nos reíamos, llorábamos, nos abrazábamos, nos fusionábamos en el dolor-satisfacción que nos producía el gozo azucarado. Engordamos juntos, nos degradamos juntos, nos aislamos juntos.
No sé cuánto tiempo pasó ni cómo tomé conciencia de que el círculo vicioso, tras su máscara tierna y complaciente, escondía un ser agresivo y ladino. Que detrás de esa postura samaritana me fue quitando mis cosas, mi libertad, lo poco sano que había quedado de mí. Me encerró en mi propia casa, y pasó en una transición imperceptible, de ser mi mejor compañero a mi carcelero. Largos días en un cuarto oscuro, pasándome una porción de dulce de leche cada vez menor y de baja calidad.
Días, tardes, noches de depresión y hastío, de un cuerpo sumido en la inmundicia de la dejadez y el desamparo. Esperando casi sin fuerzas una flaqueza de mi cancerbero que tardó tanto en llegar, pero finalmente llegó.
Aquella mañana, creyéndome indefenso y dormido, engañé al círculo vicioso en un descuido, apreté con fuerza su borde redondo y obeso y lo molí a golpes, lo rompí en mil pedazos con una ira incontrolable.
Luego de llorar nerviosamente, de tomar aire fresco y ver la luz luego de tanto tiempo, junté sus restos en un pote de dulce de leche empezado, fui a Carrefour, y lo dejé disimuladamente en la misma góndola, carrito y lugar donde lo había encontrado aquella vez.
Di la vuelta, miré de reojo el estante de los dulces de leche y me retorcí al verlos en oferta. No me detuve. Seguí caminando por el supermercado como amnésico, como un perro sin dueño.
No sé cuánto tiempo de obnubilación pasó hasta que regresé a mi casa con un sabor agridulce y una sensación de vacío difícil de explicar. Dejé las bolsas sobre la mesa.
Esta sensación de depresión fue mutando en un dolor y debilidad física que me quemó las tripas y el alma durante interminables días, luego de lo cual decidí desempacar los veinte frascos de mermeladas de frutilla que había comprado, y le imploré a mi círculo vicioso que me trajera una cuchara.
Él, como compañero fiel y comprensivo, no me reprochó mi injusta y asesina actitud. Yo, para no herir su ego, no hice pregunta alguna sobre cómo y por qué había vuelto.
Desde aquel día y pasado un largo tiempo imposible de precisar, puedo decir con satisfacción que he superado mi adicción al dulce de leche.
El círculo vicioso me perdonó sin pedirme nada a cambio. Hoy me cuida leal y pacientemente y me alimenta con deliciosas mermeladas de frutilla.

Claudio

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Existe una mujer que tiene la costumbre de hablarme a los gritos

Es la portera del edificio donde vivo. Me acuerdo de cuando me mudé, hace siete años, después de separarme. Yo era nuevo aquí y necesitaba información. Horarios, dónde poner las bolsas de basura, cómo pagar las expensas, etc. Me cruzaba con la portera en algún pasillo y le preguntaba. Entonces ella empezaba a hablar, tratando de explicarme.
Pero era curioso: las palabras se le iban para cualquier lado y terminaba hablándome de cualquier otra cosa, menos del tema que yo le había planteado. Y siempre a los gritos.

A veces esa actitud me ponía muy nervioso. Por ejemplo, aquella vez que se rompió el ascensor (yo vivo en el piso diez). La sarta de cosas incoherentes e ininteligibles que me espetó, siempre a los gritos, me hicieron pensar si no estaba escondiendo algo, alguna trampa (uno en estos tiempos desconfía de todo el mundo). Pero no, es
así, nomás, gritona y dispersa.

Debo agregar que no es una mujer joven. Aunque, en verdad, comparada conmigo, cualquier mujer es joven. Es muy alta, con el pelo negro larguísimo, que casi siempre lleva recogido sobre la nuca. Unas pantorrillas y unos pies muy atractivos, siempre visibles en las ojotas. Pero, por sobre todas las cosas, tiene unas tetas descomunales, inconmensurables.

Andando el tiempo y luego de una prolongada soledad, empecé a soñar con esas tetas. Me la cruzaba en el pasillo o en el ascensor y le preguntaba algo, cualquier cosa. Ella empezaba a divagar y a gritar. Yo mientras tanto, le miraba esos dos torrentes de prometida dulzura.

Me puse a pensar una estrategia. Estaba el marido, es cierto. Pero el hombre tiene otro trabajo y pasa todo el día fuera de casa. En otra época esto hubiera sido una barrera ética infranqueable para mi. Pero ahora que soy viejo entendí que siempre hay otro hombre en la vida de una mujer. El marido, o el ex-marido, el padre, el primer novio, etc.
Uno se pone a conversar y al poco tiempo ella lo trae a colación. Y lo pone ahí, en el medio, como un fantasma siempre a punto de aparecer.

Una vez me tocó el timbre para traerme algo, una carta, una factura. Abrí la puerta y la vi ahí, erguida, con el papel en la mano, hablando a los gritos. Pensé en el dormitorio vacío, en las sábanas arrugadas que tendría que cambiar a los apurones. Le hice un par de insinuaciones. Pero ella hizo lo mismo que cuando le preguntaba por el ascensor. Habló de otra cosa, de muchas cosas. Y siempre gritando.

Otra vez fui hasta su departamento, a pagar las expensas. Ella estaba sola, también, con el televisor prendido. Cuando le di el comprobante traté de tocarle la mano. Ella entró y se puso a contar el dinero sobre la mesa. Yo me asomé para mirarla y vi en la pantalla la imagen de un cuerpo caído, tapado con diarios, al lado de un charquito de sangre. Ella empezó a contarme, a los gritos, lo que había pasado. Como de costumbre, no le entendí nada. Me cansé y me fuí.

Esta situación se repitió muchas veces, a lo largo de estos años. Y al final me resigné. Cuando me la cruzo en un pasillo, o en la puerta de calle, le pregunto algo, nada más que para oirla hablar, mientras le miro las tetas.

Existe una mujer que tiene la costumbre de hablarme a los gritos.
Pero es inalcanzable.

Octavio

Consigna 6

TEJER CONJETURAS

Si hay una manualidad jodida e incomprendida, es la de tejer conjeturas. Porque las conjeturas en general no se dejan tejer fácilmente, y terminan teniendo poco basamento científico, es decir, se deshilachan al primer cuestionamiento.

Por ello los indicios o sospechas que forman parte de las conjeturas deben ser firmemente tejidos para robustecer la conjetura hasta el límite de que ninguna pregunta capciosa la vulnere. Para ello la elección de la aguja es el primer paso clave del éxito.

Las hay de 3 tipos, con una punta, con dos y a dos puntas circulares, dependiendo del tipo de conjetura que uno desee tejer. El grosor de la aguja está indicado por un número: más alto es el número, más gruesa es la conjetura.

Muchas veces en las etiquetas de las conjeturas, además de su composición de presunciones y suposiciones, está indicado el número de las agujas aconsejadas.

También puede variar el material de las agujas: las más comunes están hechas de aluminio, porque sueltan mejor los puntos conjeturales, mientras que las de plástico resultan más manejables y entonces más indicadas para los principiantes en conjeturas.
Las de madera, contrariamente a lo que se piensa, no se encuentran fácilmente en los comercios y duran menos porque se rompen con facilidad ante conjeturas firmemente argumentadas.

Parece una verdad de Perogrullo pero en general las conjeturas gruesas se trabajan con agujas gruesas y las finas con agujas finas. No obstante una conjetura que se precie de tal debe estar bien desarrollada, sin ningún componente dejado al azar. Aunque parezca paradójico toda conjetura debe tejer pacientemente un juicio u opinión que se deduce de indicios, sospechas o síntomas que cualquier abuela pueda comprender y traducir en un almohadón, guantes o un saquito tejido al crochet.

Por otra parte, para que una conjetura llegue a buen puerto, por ejemplo al Puerto de Santa Clara (podría también ser el Puerto Arroz o el Puerto Damero) habrá que trabajar todas las pasadas al derecho. Trabajando al derecho hay que tener el hilo siempre detrás de la conjetura (aunque se resista o se muestre arisca) y no hacia quimeras o vislumbres. De esta forma la conjetura va tomando una consistencia más lógica que la va haciendo alejarse de su naturaleza poco científica, de ser un mero atisbo.

No olvidar luego puntar la aguja derecha, por delante de la conjetura hacia atrás, en el punto en la aguja izquierda. Pasar el hilo de arriba hacia abajo a la aguja derecha y hacer deslizar la conjetura a través de la lanzada en la aguja derecha. Soltar de la conjetura (ojo esto no significa desistir de ella), aunque no parezca probable el éxito, el punto de la aguja izquierda. En la aguja derecha se habrá formado de esta manera el nuevo punto que hará que la conjetura pueda ser contrastada por todos los contradictores de tejidos que nunca faltan en lo telares o adyacencias a las industrias textiles.

Repetir el proceso tantas veces sea necesario hasta que la conjetura tenga una textura próxima a la realidad que la haga creíble aún para los más racionalistas y escépticos.

Claudio

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ABRIGAR ESPERANZAS

Hoy me gustaría componer una historia tanguera. Como es sabido, los tangueros son tipos muy esperanzados.
"Guardo escondida una esperanza humilde...", por ejemplo. O también : "Te acuné en mi pecho frío" (un gesto de esperanza). Y, siempre, el inmortal "Uno, busca lleno de esperanzas..."
Hace tiempo que veníamos hablando de esto con José. De esas charlas salió la decisión de poner aquel negocio, en el Abasto.

"La esperanza", ropa de abrigo para tangueros.

Ofrecemos echarpes para la esperanza de futuros cantores. Pulóveres gruesos, para los que encuentran bandoneones abandonados. Gorras de lana, para los que tienen el mate lleno de infelices ilusiones. Botas forradas, para los zorzales que caminan hacia su destino, con esperanza. Carteras de cuero para los débiles, a los que el tiempo les amansa la esperanza, o se las echa a rodar.
Pedacitos de paño, para recostarse en la vidriera y esperarla a ella. Abrigadas camperas neoyorquinas, para las esperanzas que sembró Nonino. Ponchos, para los que se despiden de la pampa en busca de la esperanza. Mortajas de rayón, para abrigar las esperanzas muertas. Saquitos para perros que le ladran a Dios. Frazadas, para la insomne esperanza de los que quieren volver. Pañoletas para las azucenas lejanas, que sólo hallan consuelo en las notas de un tango dulzón. Alfombras bordadas, para el viajero que no implora, que no reza, que no llora, que se echó a morir. Guantes, para recibir cada día la loca esperanza, la absurda alegría. Un tapado marrón, para cuando regresen sus pasos en las sombras de la pieza. Un vestido de otoño, con zapatos al tono, para la más papa milonguera. Pilotines azules para la garúa, cuando el cielo se pone a llorar. Cortinas de tejido espeso, para abrigar salones vacíos, después del baile, en los que sólo queda la esperanza.

En fin, un surtido completo para que ninguna esperanza tanguera quede a la intemperie.

Octavio

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PRESENTAR BATALLAS

Soy un completo inútil para presentar batallas. No se como iniciar una las veces que estoy enojado, no se como aceptar las veces que me proponen pelea. Y no es que sea cobarde, la verdad. Es que simplemente no me se como moverme en esos casos. No se que decir, no se como pararme. No tengo una mirada desafiante y me trabo a la hora de explicar los motivos de mi enojo.
Este problema fue solucionado por completo cuando conocí Osvaldo. Osvaldo, como bien señalaba su tarjeta negra con tinta dorada, especialista en presentar batallas.
Acudí a él gracias a un amigo, a quien en verdad hubiera querido romperle los dientes pero no supe como y terminó recomendándome a Osvaldo, quien me escuchó y me dijo que ya no tenía que preocuparme por eso, que el me asistiría hasta que tuviera la capacidad de presentar batallas por mis propios medios. Así fue.
Al otro día en la oficina, ya con Osvaldo sentado en mi escritorio, tuve la visita inesperada de Marcelo, ese pelirrojo insoportable de Finanzas que se burla de Racing como si a mi me causaran gracia sus chistes desabridos. Osvaldo, como buen especialista, no demoró en actuar. Incorporándose le estrechó la mano al tiempo que le pasaba una tarjeta negra con la inscripción: "O te tomás el buque o te rompo los dientes". Inmediatamente le pasó otra tarjeta que decía "che que linda esta tu hermana" y finalmente otra que decía "(Leer en voz alta) Tu mamá también".
Nomás escuchar que Marcelo decía eso en voz alta Osvaldo empezó a gritar que había hablado mal de mi madre, que eso en su barrio es pelea y que lo mejor que podía hacer era darle un castañazo en plena cara. Marcelo también estaba enojado, y yo me di cuenta que esto me gustaba ya que nunca había logrado hacerlo enojar. Entonces apreté el puño, tomé carrera y me estrellé contra una mano pecosa y enorme que me paró en seco y me tiro al suelo.
Cuando me desperté, María Paz, tan linda, me contó mientras me ponía hielo sentada en mi escritorio que a Marcelo lo había llamado el gerente para echarlo, y que un tal Osvaldo había dejado una factura sobre el teclado de la computadora, antes de irse repartiendo tarjetas negras con letras doradas para todos.

Juan

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SENTAR BASES

Sentar bases es muy importante.
Muchos filósofos han debatido sobre la clasificación de este tema, si es un punto estratégico o tan simplemente una oportunidad táctica.
Hasta los más sofistas han acordado que es un elemento prioritario y primordial; por ejemplo es un paso previo antes de sentar cabeza, caso contrario uno queda con el cúbito hacia arriba, con una azimut provocadora, generando una posición que se niega a sí misma. (Ver definición de paradojas, oxímoron y lenguaje corporal pág. 243 bis y 345 tris.)
Para poder sentar una base correctamente, es necesaria la flexibilidad de la misma. Bases demasiados rígidas tienen la imposibilidad de acomodarse en esa posición, salvo que ya vengan sentadas de fabrica, pero en ese caso, sirven solo a titulo decorativo, ya que no se pueden sentar (dado que ya están sentadas) es decir son estáticas y no responden a la dinámica del verbo, con toda la posibilidad contenida de una amenaza que puede ser concretada o no; llamada comúnmente en la terminología kantiana como la tensión del objeto, o según Sartre la libertad del no-ser-en-sí como potencia del ser.
Además de las cualidades prioritarias y flexibles descritas anteriormente, están en forma no menos importante las cualidades aplicativas y fundamentales, que si bien no demostraremos en este abstracto dejaremos de mencionar que tienen que ver con la cosa que se sienta. Es decir la base propiamente dicha. Pues sentar se pueden sentar muchas cosas, y en este caso no es el de sentarse como contraposición a la actitud de pararse o que vulgarmente llamada erección, sino mas bien en la posición final con respecto al resto del asunto. La base debe estar en una posición más elemental que el resto. El sentar tiene que ver con una actitud de reposo. Y es aquí donde aparece su relación con lo fundamental, porque están fundadas en lo básico; generando un pleonasmo recurrente y redundante que ni el mismo Zenón podría haber concebido como consecuencia de la negación de los diminutos infinitesimales.

Redondeando con la frase comensal,
La importancia de bases bien sentadas nos permiten abrigar esperanzas a la hora de ajustar detalles, pudiendo así tejer conjeturas para dejar plantado a cualquier patototero que intente presentar batalla con la sola intención de perjudicarnos.

Dani K.

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DEJAR PLANTADO

Yo creo que la perra es perra porque es perra y que la pera es pera porque espera.
La perra por perra, y la pera porque la han dejado plantada, ha crecido silvestre, ha florecido y ahora espera.
Y el que es pera, desespera. Claro.
Y qué es esperar, me preguntarán ustedes. Pues ya lo decía Barthes: esperar es estar enamorado:
"Estoy enamorado? Si. Porque espero. El Otro no es pera nunca".
Pero en esto Barthes se confunde, pues el Otro no es pera porque aún no ha sido plantado.
Yo considero que cualquier Otro llegaría a ser pera si se dieran dos condiciones:

a- Que lo planten
b- Que lo enamoren.

Pero qué hacer si el Otro es un Olmo? Porque bien sabido es el dicho de las peras y ese bendito árbol. Entonces, si del Otro que no es pera nunca y que es también Olmo por lo que por segunda vez no hemos de esperar peras, qué hacer?
Pues bien, lo que debemos hacer es tomar al Otro (que es Olmo) de semilla (pues los Olmos criados no se hierven al primer hervor y siempre es mejor iniciarlos de tiernitos) para luego germinarlo y plantarlo.
Una vez plantado, debemos enamorarlo e irnos. Es fundamental eso de “irnos”, porque de quedarnos, los que esperaríamos seríamos nosotros, que en realidad somos los que debemos manejar la situación y no el Otro que es Olmo (ahora enamorado) y que es quien debe convencernos de que es capaz de ser pera y paciente para así rebatir al dicho (a ambos dichos) y a Barthes, ese infeliz blablador que de tan ansioso se desenamoró un día de golpe justo justo delante de un semáforo y detuvo la espera paciente y enamorada y obvió éntonces al semáforo y novió la camioneta de la lavandería y...

Paula